Entro en las Arenas que sensación tan extraña, todo es luz, luz aséptica, luz que solo vende, luz que no encandila, camino hacia el ruedo, doy un giro a la derecha, y comienzo a dar la vuelta. No hay emoción favorable, no hay solera, no hay tronío, no hay traje de luces. Acabo la vuelta y me adentro al centro de lo que fue el antiguo coso de las Arenas, giro sobre mi misma con la mano derecha abierta en vertical, a modo de brindis esperando la ovación. Alba es mi mozo de espadas, y yo soy el matador.
No hay ovación, no hay pasodoble que anime a la afición. Solo escaparates con tiendas esperando al comprador.
No hay toro, no hay torero, ni tampoco picador, que sensación tan rara tengo busco gradas y almohadillas, busco la sombra y busco al sol. No hay pañuelo no hay presidente, no hay tribuna de honor y aunque el tiempo lo permitiera.
La autoridad ya no lo permite. Mataron la Fiesta y aquí en el centro de lo que fue la plaza me encuentro yo, con más pena que gloria, recordando a mi padre que fue el mayor aficionado de La Fiesta hasta el día que se fue de este mundo traidor.
María Ibáñez
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